martes, 26 de marzo de 2013

Valentina fue una de las primeras en denunciar la tortura sexual de la que fue objeto...

Testimonio de Valentina Palma. Atenco no se olvida: No puede haber “solución amistosa”

Valentina fue una de las primeras mujeres en denunciar la tortura sexual de la que fue objeto, su caso fue el mismo que el de las ahora denunciantes con el …plus de ser arrancada de el país que fue su hogar durante 11 años…

Ella es Valentina Palma Novoa, tenía 30 años en mayo del 2006 , realizaba el cuarto año de Realización en Cinematográfica en el Centro de Capacitación Cinematográfica. .

El día miércoles 3 de Mayo del 2006, luego de enterarse de la muerte de un niño de 14 años, en condición de antropóloga y documentalista se dirigió a San Salvador Atenco a registrar cual era la situación real del poblado.

Aquí su testimonio:

Dos policías me tomaron haciéndome avanzar mientras otros me daban golpes con sus toletes en los pechos, la espalda y las piernas. Mis gritos de dolor aumentaban cuando escuche la voz de alguien que preguntaba por mi nombre para la lista de detenidos, respondí: “Valentina, Valentina Palma Novoa”, mientras un policía me ordenaba que me callara la boca y otro me golpeaba los pechos.

Una voz de hombre ordenó que me taparan con los escudos para que no vieran como me golpeaban. Se detuvieron a un costado de la iglesia y ahí me ordenaron que junto a los demás detenidos me hincara y pusiera mis manos en la nuca. Siguieron golpeándonos, mi celular sonó y una voz ordenó que registraran mi bolsa. En ese momento fui despojada de mi cámara de video, de mi celular y mi pequeño monedero con mis identificaciones y quinientos pesos.

Me levantaron de los pelos y me dijeron “súbete a la camioneta puta”. Apenas podía moverme y ellos exigían extrema rapidez en los movimientos. Me abalanzaron encima de otros cuerpos heridos y sangrantes y me ordenaron bajar la cabeza sobre un charco de sangre, yo no quería poner mi cabeza en la sangre y la bota negra de un policía sobre mi cabeza me obligó a hacerlo. La camioneta encendió motores y en el camino fui manoseada por muchas manos de policías, yo solo cerré los ojos y apreté los dientes esperando que lo peor no sucediera.

Con mis pantalones abajo, la camioneta se detuvo y se me ordenó bajar, torpemente baje y una mujer policía dijo: “a esta perra déjenmela a mí” y golpeó mis oídos con las dos manos. Caí y dos policías me tomaron para subirme al bus en medio de una fila de policías que nos pateaban.

Arriba del bus otra policía mujer preguntó mi nombre mientras dos policías hombres pellizcaban mis senos con brutalidad y me tiraron encima del cuerpo de un anciano cuyo rostro era una costra de sangre. Al sentir mi cuerpo encima el anciano gritó de dolor, trate de moverme y una patada en la espalda me detuvo, mi grito hizo gritar al anciano nuevamente, que pedía a dios piedad.

Una voz de mujer me ordenó que me acomodara en la escalera trasera del bus, así lo hice y desde ahí pude ver los rostros ensangrentados de los demás detenidos y la sangre esparcida en el piso. Sin estar yo sangrando, mis manos y ropa estaban salpicadas de sangre de los otros detenidos.

Quieta y escuchando los quejidos de los cuerpos que estaban a mi lado, escuchaba como seguían subiendo detenidos al bus y preguntando sus nombres en medio de golpes y gritos de dolor. No sé cuánto tiempo pasó, pero el bus cerró sus puertas y echó a andar. Dimos vuelta cerca de dos o tres horas. La tortura comenzó y cualquier pequeño movimiento era merecedor de otro golpe más. Cerré los ojos y trate de dormir, pero los quejidos del anciano que estaba a mi lado no lo permitieron, el anciano decía: “mi pierna, mi pierna, dios, piedad, piedad por favor”.

Lloré amargamente pensé que el anciano moriría a mi lado, moví mi mano y trate de tocarlo para darle un poco de calma, un tolete fue a dar sobre mi mano, ante lo cual, con un gesto, pedí compasión al policía que dejó de golpearme. Queriendo darle un poco de amor acaricie la pierna del anciano que por unos momentos dejó de quejarse.

Por un momento me dormí, pero el olor a sangre y muerte me despertó. Al abrir los ojos vi la pared de una cárcel. El bus se detuvo y una voz ordenó que bajáramos por la puerta trasera. Me ordenaron pararme y la puerta se abrió y mi cara llorosa y descubierta vio una fila de policías, sentí miedo otra vez.

 

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