domingo, 28 de noviembre de 2010

José Álvarez Icaza Manero

Francisco Gómez Maza /
José Álvarez Icaza Manero, ingeniero civil de profesión, constructor de obras tan grandes como los cimientos del Estadio Olímpico de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Facultad de Medicina de la misma universidad, la monumental basílica de La Piedad y grandes obras de ingeniería en México; católico fundador del Movimiento Familiar Cristiano y de la Federación Latinoamericana de MFC; representante laico en el Concilio Vaticano II; fundador de SICLA (Servicio de Información Clasificada para Latino América); del Centro Nacional de Comunicación Social (CENCOS), una organización dedicada a la promoción de los movimientos populares; fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores y participante activo de todo el proceso que llevó a la conformación del Frente Democrático Nacional y del Partido de la Revolución Democrática. Apoyó con todas sus fuerzas el proceso de pacificación nacional a raíz de la rebelión india estallada la madrugada del primero de enero de 1994 en las montañas surorientales del país, en la selva lacandona y Los Altos de Chiapas. Hombre entregado totalmente a la causa de los más pobres.
La noticia de la partida del gran Pepe (para sus amigos); del “ingeniero”, para otros; de “Josesito” para sus padres y hermanos; de “Papá” para sus hijos; de “Viejo” para su esposa, no encontró desprevenidos a quienes le aman, pues su salud se venía deteriorando con el paso de los años y, en las últimas semanas de su vida, con el pasó de los días y de las horas. Su muerte significó una liberación plena, aunque esta afirmación pareciera obvia. Su “Pascua”, como le dicen a la muerte los creyentes, fue recibida por su esposa, Luz Longoria Gama, y sus hijos con la alegría que inunda los corazones amorosos y agradecidos, porque “Pepe” llegó a su meta sin dejar pendientes, sin acumular facturas que pagar, con la plena satisfacción del hombre que a su paso por el mundo material deja huellas, en un camino qué conscientemente decidió caminar. La noticia conmocionó al mundo de las organizaciones populares de México, El Caribe, Latino América, el norte, Europa, y todo lugar donde los activistas sociales, particularmente por la defensa de los derechos humanos. La figura de José Álvarez Icaza Manero se agiganta desde la discreción, la humildad, la mansedumbre de su vida personal y su relación con sus alteridades, así como su trabajo solidario con quienes no tienen nada qué perder porque no tienen nada en un mundo en el que prima el egoísmo, la egolatría y el egocentrismo de los poderosos: gobernantes, políticos, altos clérigos, detentadores de los grandes medios de producción y sus “compañeros de viaje”.
Difícil escribir de José. Del gran José. Del Buen José, con quien me ligan muchos lazos profesionales, de actividad periodística, de trabajo social, de amorosa amistad y familiaridad. Difícil. Muy difícil. Las letras se enredan, se traban las teclas de la dactilográfica. Se vuelva un cúmulo de emociones en un corazón profundamente dolido por la ausencia; hecho trizas por el duelo. Sólo quien vivió idéntica o parecida experiencia de vida con él puede comprender lo que estoy tratando de comunicar por medio de las letras y a través de un medio aparentemente irreal como aparenta ser la cibernética. La única pretensión mía es dejar un testimonio de amor al hombre con el que trabajé los años más lúcidos de mi vida. Y ser testigo de su vida y de su muerte, de su muerte y de su vida, que son las dos caras de la medalla con la que el ser se manifiesta en el mundo de la existencia. Y no voy a decir que descanse en paz porque en este instante, cuando escribo la palabra “palabra”, José es la paz.
Hasta siempre, ingeniero. Hasta siempre, “don Pepe”; hasta siempre, “hermano”; hasta siempre, “padre”; hasta siempre, amigo. Hasta siempre José Álvarez Icaza Manero. No puedo escribir más…

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